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jueves, 22 de enero de 2009

jueves 22 Enero 2009

Jueves de la Segunda semana del Tiempo

Evangelio según San Marcos 3,7-12.

Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara. Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: "¡Tú eres el Hijo de Dios!". Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.

La misma Vida se ha manifestado en la carne

«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, es el Verbo, la Palabra de la vida» (1Jn 1,1), ¿Quién es el que puede tocar con sus manos a la Palabra, si no es porque «la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros»? (Jn 1,14). Esta Palabra, que se hizo carne para que pudiera ser tocada con las manos, comenzó siendo carne cuando se encarnó en el seno de la Virgen María. Pero no en ese momento comenzó a existir la Palabra, porque el mismo Juan dice que «existía desde el principio»...

Quizá alguno entienda la expresión «la Palabra de la vida» como referida a la persona de Cristo y no al mismo cuerpo de Cristo, que fue tocado con las manos. Fijaos en lo que sigue: «Pues la vida se hizo visible» (1Jn 1,2). Así, pues, Cristo es la Palabra de la vida. ¿Y cómo se hizo visible? «Existía desde el principio» pero no se había manifestado a los hombres, pero sí a los ángeles, que la contemplaban y se alimentaban de ella, como de su pan, Pero ¿qué dice la Escritura? «El hombre comió pan de ángeles» (sl 77,25).

Así, pues, la Vida misma se ha manifestado en la carne, para que, en esta manifestación, aquello que sólo podía ser visto con el corazón fuera también visto con los ojos, y de esta forma sanase los corazones. Pues la Palabra se ve sólo con el corazón, pero la carne se ve también con los ojos corporales. Éramos capaces de ver la carne, pero no lo éramos de ver la Palabra. «La Palabra se hizo carne», a la cual podemos ver, para sanar en nosotros aquello que nos hace capaces de ver la Palabra.